Las aguas excesivamente duras significan un problema en algunos puntos geográficos que puede ser perjudiciales para nuestra salud y nuestro bolsillo. El agua dura es contraproducente para elementos como nuestra piel y cabello, por ejemplo, y para el organismo en general, acortando la vida de electrodomésticos como lavadoras calderas o lavavajillas. El uso de un descalcificador es una solución cada vez más extendida en los hogares e incluso en la industria.
La descalcificación del agua es un proceso químico y mecánico que permite la eliminación de las partículas de calcio y magnesio que son las culpables de las incrustaciones de cal que se acumulan en nuestro organismo, pero también en las paredes de los baños, en los vasos, platos y copas, mamparas o en las partes mecánicas de los electrodomésticos.
Principalmente hay dos tipos de descalcificadores: los de sistema volumétrico y los de temporizador. Los primeros regeneran la resina cuando detectan que por la válvula ha pasado cierta cantidad de agua. Los segundos están programados para que la resina se regenere cada cierto tiempo, independientemente del agua que hayamos consumido. Actualmente los descalcificadores son cada vez más eficientes y económicos, ya que se diseñan para poder aprovechar la máxima cantidad de agua usando la menor cantidad de sal.
Los sofisticados equipos adaptados a las necesidades específicas de cada caso son la norma hoy día, mejorando bienestar, la salud y la economía de las familias. Un descalcificador está conformado por tres partes: la botella o recipiente que contiene resina, el conjunto de válvulas que permiten que el equipo funcione y filtre el agua, y el depósito en el que hay sal, necesaria para realizar todo este proceso. El proceso es que la resina captura los iones de calcio, mientras que desprende iones de sodio eliminando el exceso de calcio. La botella en la que está la resina está conectada a la válvula que controla en todo momento este proceso para regenerar el agua.
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